Che Guevara
“Díganle a Fidel que él verá una revolución triunfante en América Latina… y díganle a mi mujer que se case de nuevo y que intente ser feliz”.
Esta frase fue el último mensaje de Ernesto Che Guevara el 9 de octubre de 1967 cuando fue interrogado por el miembro de la C.I.A de EE.UU. Félix Rodríguez, si quería decir algo antes de ser ultimado por una ráfaga de ametralladora. Después, conteniendo apenas su cuerpo sufriente, sin poder pararse bien por sus heridas en la pierna y con el asma que le asfixiaba, el Comandante Che Guevara dio la última orden, esta vez a su verdugo : “Apunte y sostenga firme el arma: va a matar a un hombre”. Las balas de la ráfaga de la ametralladora lo atravesaron y se derrumbó de costado mal herido, para ser rematado finalmente por otros disparos. Fue el final. Solo él conocería y llevaría hasta la tumba la verdadera razón que lo motivó permanentemente, más allá de la lucha, los éxitos y los fracasos. Más allá de ideologías y posiciones. Incluso, más allá del amor que dio y recibió. Más cerca del hombre íntimo y cabal: del hombre con el que todos nos encontraremos alguna vez, tarde o temprano. Muy cerca de la verdad de saber quién se es realmente. Sabía, tenía la seguridad absoluta de que iba camino hacia su muerte: “Esta es la última vez que veo la caída del sol“, le dijo al compañero que le ayudaba a caminar la tarde anterior. Era la misma certeza del sacrificio final y de un destino marcado, que lo impulsó desde su Argentina hasta Sierra Muestra – luego en La Habana, Naciones Unidas, en la selva del África – y que encontró su punto final en un pueblo de Bolivia. Fue en La Higuera, tenía 39 años; se llamó Ernesto Guevara. Figura entre los inmortales como “CHE”.
HOMENAJES AL CHÉ
Estás en todas partes. En el indio hecho de sueños y cobre. Y en el negro revuelto de espumosa muchedumbre, y en el ser petrolero y salitrero, y en el terrible desamparo de la banana, y en la gran pampa de las pieles y en el azúcar y en la sal y en los cafetos, tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron, vivo, como no te querían, Che Comandante, amigo. Cuba te sabe de memoria. Rostro de barbas que clarean. Y marfil y aceituna en la piel de santo joven. Firme la voz que ordena sin mandar, que manda compañera, ordena amiga, tierna y dura de jefe camarada. Te vemos cada día y puro como un niño o como un hombre puro, Che comandante, amigo. Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña. El de la selva, como antes fue el de la sierra. Semidesnudo el poderoso pecho de fusil y palabra, de ardiente vendaval y lenta rosa. No hay descanso. ¡Salud, Guevara! O mejor todavía, desde el hondón americano: esperamos. Partiremos contigo. Queremos morir para vivir como tu has muerto, para vivir como tu vives, Che comandante, amigo. Te han cubierto de afiches, de pancartas, de voces en los muros, de agravios retroactivos, de honores a destiempo. Te han transformado en pieza de consumo, en memoria trivial, en ayer sin retorno, en rabia embalsamada. Y quizás han resuelto que la única forma de desprenderse de ti o de dejarte al garete es vaciarte de lumbre, convertirte en héroe de mármol o de yeso o por lo tanto, inmóvil o mejor como un mito o silueta o fantasma del pasado pisado; sin embargo tus ojos interminables.
Pudiste haber muerto en un terremoto cuando bebías unos tragos con los amigos de tu barrio, cuando fuiste declarado no acto para el servicio militar obligatorio, cuando tuviste tu primer desengaño amoroso y te fuiste a recorrer el mundo como un ferrocarrilero perdido. O sea noche. Cuando los muchachos del colegio se burlaban de ti porque no sabías bailar caminito que el tiempo ha borrado, y la soledad creció como un águila misteriosa en tus labios. Si. Pudiste haber muerto en el cine o en la tranquilidad de la lluvia como cualquiera de nosotros: pensando en las musarañas, en Carlitos Gardel o en el Borges. Pero jamás falleciste, ni siquiera cerraste los ojos cuando te cortaron las manos y te dispararon un tiro en la nuca y otro en el pecho. Ni cuando amanecías buscando el sol en los bosques. Porque no morirás jamás “Sabueso contemporáneo” de la historia. Pues solamente falleciste como tu querías: recordando la historia de los hombres y avanzando a gritos en el río y escupiéndole en el corazón a tu verdugo y haciéndole comprender a una humilde profesora, las miserias de su patria y las sombras agujereadas de su vida. Aquí se queda la clara, la entrañable preferencia de tu querida presencia, Comandante Che Guevara. Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos y con Fidel te decimos hasta siempre Comandante. Así estamos, consternados, rabiosos, aunque esta muerte sea uno de los absurdos predicables. Da vergüenza mirar los cuadros, los sillones, las alfombras; sacar una botella del refrigerador, teclear las tres letras mundiales de tu nombre en la rígida máquina que nunca, nunca estuvo con la cinta tan pálida.
Da vergüenza el confort y el asma da vergüenza, cuando tu Comandante estás cayendo ametrallado, fabuloso, nítido… Es nuestra conciencia acribillada. Al pie te decimos: préstanos tu morral y tu escopeta, tus focos, tus Vietnams y tus caminos, tu esperanza, ternura y arrechera. Préstanos tu montaña, tus morteros, tu magia, soledad, naufragio y suerte, tus planos, tus trincheras, tus secretos. Préstanos tu escondite y taburete y tu diario y tus manos y portentos para empuñar fusiles nuevamente. Ejemplo indestructible y que, aún destruido en la persona, en nada habrá de menguar la lucha que se lleva adelante para la liberación de la América nuestra –la auténtica, la que verdaderamente podemos llamar “nuestra” en tiempo presente. El mito, la leyenda, la conseja, la tradición transmitida de boca en boca, lleva, a lo ancho de las tierras, en el lomo de las cordilleras, a lo largo de los ríos, el nombre del Che. Nombre de un hombre por siempre inscrito en el gran martirologio de América, que se hizo uno con la idea misma de la revolución y caído, habrá de levantar nuevas energías revolucionarias en el camino donde, según últimas palabras de su diario, el paso de sus hombres “había dejado huellas”. Huellas que no se borran. Que jamás habrán de borrarse. Que quedan marcadas en el sueño del continente entero. La figura del Comandante Che Guevara es hoy, más que nunca, para nosotros como un relámpago de oro en la conciencia. El Che Guevara hablaba constante de la necesidad de crear un hombre nuevo, que él llamaba “ el hombre del siglo XXI”, y advertía que esa era una tarea enormemente dificultosa; nosotros, aquí y ahora, tenemos el deber, al recordar hoy la figura del guerrillero asesinado, de meditar a fondo sobre ese principio revolucionario ¿dónde estás, caballero, el más puro, caballero, el mejor caballero? Encendiendo el hachón guerrillero en lo oscuro, señora, en lo oscuro. Che recuerda lo que ya sabemos desde Espartaco y que a veces olvidamos: la humanidad encuentra en la lucha contra la injusticia un escalón que se eleva, que la hace mejor, que la convierte en más humana.
“Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar las técnias que permiten dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Ernesto Che Guevara.
Ernesto Guevara de la Serna nace en la ciudad argentina de Rosario el 14 de junio de 1928, en el seno de una familia con raíces aristócratas pero con ideas socialistas. Desde chico sufre de ataques de asma. Su educación primaria la hizo en su hogar, de las manos de su madre. En 1947, Ernesto ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, motivado en primer lugar por su propia enfermedad y luego interesándose por la lepra. Durante 1952 realiza una larga jornada por América Latina, junto con Alberto Granados, recorriendo el sur de Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Observan, se interesan por todo, analizan la realidad con ojo crítico y pensamiento profundo. Ernesto regresa a Buenos Aires, termina la carrera y el 12 de junio de 1953 recibe el título de médico. En junio de 1953 inicia su segundo viaje por América Latina. En esta oportunidad visita Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador y Guatemala. Cuando Ernesto recorre los países del litoral pacífico de América del Sur. Al visitar las minas de cobre, los poblados indígenas y las leproserías, es don da muestras de su profundo humanismo. Se va creciendo y agigantando su modo revolucionario de pensar y su firme antiimperialismo. En Guatemala conoce a Hilda Gadea, con quien contrae matrimonio y de cuya unión nace su primera hija. Convencido que la revolución era la única solución posible para acabar con las injusticias sociales en Latinoamérica, en 1954 marcha a México donde se une al movimiento
integrado por revolucionarios cubanos seguidores de Fidel Castro. Ahí ganó el sobrenombre “Che”, naturalmente debido a su modo argentino de hablar. A finales de la década de 1950, cuando Fidel y los guerrilleros invaden Cuba, el Che los acompaña, primero como doctor pero luego convirtiéndose en el Comandante del Ejército Revolucionario que derrocó al dictador cubano Fulgencio Batista el 31 de diciembre de 1958.
Al triunfo de la Revolución, Che Guevara se convirtió en la mano derecha de Fidel Castro en el nuevo gobierno de Cuba. Fue nombrado Ministro de Industria y posteriormente Presidente del Banco Nacional, Desempeñaba simultáneamente otras tareas múltiples, de carácter militar, político y diplomático. En 1959 se casa, en segundas nupcias, con su compañera de lucha Aleida March de la Torre, con quien tendrá cuatro hijos. Visitan varios países comunistas de Europa Oriental y Asia.
Opuesto enérgicamente a la influencia estadounidense en el tercer mundo, la presencia de Guevara fue decisiva en la configuración del régimen de castro y en el acercamiento del régimen cubano al bloque comunista, abandonando los tradicionales lazos que habían unido a Cuba con Estados Unidos. El Che estuvo además en varios países africanos, notablemente en el Congo, Ahí luchó junto a los revolucionarios antibelgas, llevando una fuerza de 120 cubanos. Luego de muchas batallas, terminaron derrotados y en el otoño de 1965 él le pidió a Fidel retirar la ayuda cubana. En 1966 junto a Fidel prepara una nueva misión en Bolivia, como líder de los campesinos y mineros bolivianos contrarios al gobierno militar. El intento resultó en su captura y posterior ejecución el 9 de octubre de 1967. Los restos del Che descansan en el mausoleo de la Plaza Ernesto Che Guevara en Santa Clara, Cuba.
“He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señoritas de la Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, que en el momento en que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie”.
Che Guevara.
Material entregado por Milagros Marcano, coordinadora parroquial Misión Ribas Caricuao
El 9 de octubre de 1967, el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara fue asesinado por un soldado del ejército boliviano que, para probar su muerte, no tuvo empacho en mostrar el cuerpo a la prensa internacional. Esta foto, una de las pocas a colores, fue tomada por Marc Hutten de la Agencia France Presse (Tomado de Bolivia Hoy)
Las manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en Bolivia. UN MITO MUNDIAL El camino que recorrió esta investigación. El 24 de octubre de 2004, bajo el título "Los secretos que la Argentina guarda sobre el Che" Clarín reveló el prontuario policial de Ernesto Guevara Lynch de la Serna, alias Che, que estaba celosamente guardado en la caja fuerte 336 de la Policía Federal Argentina bajo el número de identidad 3.524.272. Esa investigación se había realizado a lo largo de varios meses tanto en los archivos de la Cancillería, de la Policía Federal, del Ministerio de Defensa y en los archivos de las Fuerzas Armadas. También se había rastreado documentación y testimonios en Bolivia, así como en los archivos de documentos desclasificados del Departamento de Estado y de la CIA en los EE.UU.En esa investigación se mostró, por primera vez, el registro de las huellas digitales del Che, antes de su asesinato en La Higuera y cómo el gobierno militar argentino, comandado por el general Juan Carlos Onganía, había registrado el ingreso clandestino del Che a Bolivia en noviembre de 1966, además de la colaboración que prestaba a la CIA y al gobierno militar boliviano liderado por el general René Barrientos para atrapar al guerrillero, que por entonces no era un ícono mundial sino un enemigo del Estado. También se admitía que los peritos policiales Pellicari, Rolzhauzer y Delgado guardaban un hermético silencio sobre la historia que les había tocado vivir y que los documentos, actas y fotos oficiales eran esos secretos de Estado que hacen que la Historia sea, a veces, un acontecer ciego, azaroso e incomprensible. Hace más de seis meses, como había ocurrido un año antes, y en verdad continuando con una investigación que no se daba por terminada, se solicitó al ministro del Interior, Aníbal Fernández, que esos oficiales fueran relevados de la orden de callar. El jefe de Policía, Néstor Valleca, los convocó: les pidió que casi cuarenta años después de ocurridos los hechos, los argentinos pudieran conocer con precisión oficial lo sucedido en ese viaje a Bolivia donde debieron identificar las manos amputadas del Che. Les pidió que "trabajaran para la Historia" y que, en ese camino, quedaban autorizados a contar la verdad. Así, Pellicari y Delgado llegaron a la redacción de Clarín para entrevistarse con quien esto escribe. Los peritos, ya retirados —Pellicari como comisario general y Delgado como comisario inspector—, trajeron en sus manos un valioso tesoro oficial: las fotos y las actas que aquí se muestran y la historia que aquí se cuenta. Documentos y testimonios que son a partir de ahora tan irrefutables como el mito del Che. DOCUMENTOS INEDITOS TRAS 38 AÑOS DE MISTERIOLas manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en BoliviaTres policías argentinos viajaron a ese país para comprobar que el guerrillero asesinado el 9 de octubre de 1967 era Guevara. Por primera vez, cuentan la historia de cómo tomaron las huellas de las manos del Che, amputadas por orden de la CIA. El misterio que aún envuelve a esas manos.María Seoane. mseoane@clarin.comA las tres y media de la mañana del 12 de octubre de 1967, el teléfono sonó en la casa del subinspector y perito dactiloscópico de la Policía Federal Argentina (PFA), Nicolás Pellicari. —Pellicari, tiene que estar en el comando de jefatura, inmediatamente —escuchó de su jefe, el inspector Federico Vattuone.Pellicari saltó de su cama como un soldado que es convocado a una batalla desconocida: no sin angustia, no sin curiosidad.A las cuatro de la mañana estaba reportándose en el Departamento Central de Policía. Junto a él estaba el subinspector Juan Carlos Delgado, ambos integrantes de la Policía Científica que dependía de la Dirección de Investigaciones. Allí, se les sumó el perito escopométrico inspector Esteban Rolzhauzer. Allí se enteraron de que el jefe de la PFA, general Mario Fonseca, les ordenaba trasladarse a Bolivia para certificar que el guerrillero asesinado por los Rangers —un cuerpo de elite— y la CIA en La Higuera era Ernesto Guevara Lynch de la Serna, alias Che. Las instrucciones eran precisas: debían viajar a Santa Cruz de la Sierra donde los estaría esperando el cónsul argentino en La Paz, Miguel Angel Stoppello. Pellicari tenía entonces 32 años, Delgado, 33 y Rolzhauzer, 37. Debían identificar al Che no sólo por sus huellas dactilares; también por la letra que describía —"con el trazo confuso de un médico" (diría más tarde Rolzhauzer)— su lucha, su utopía y su derrota en la selva boliviana. Los policías tomaron cuatro horas para preparar todos los elementos técnicos para su trabajo, y buscaron la única ficha dactiloscópica que existía de Guevara en la Argentina, en su legajo de identificación personal 3.524.272: eran impresiones tomadas el 29 de octubre de 1947, veinte años antes, con una coincidencia de fechas por lo menos misteriosa en momentos en que también eran argentinos quienes debían certificar su muerte. A las 8 de la mañana del 12 de octubre, en la base aérea de El Palomar Pellicari, Delgado y Rolzhauzer subieron a un avión Guaraní que los llevó a Santa Cruz de la Sierra.¿Sabían acaso que la noche del 9 de octubre, el dictador boliviano general René Barrientos le había pedido al dictador argentino, general Juan Carlos Onganía, que los enviara para identificar al Che? ¿Sabían acaso que deberían identificar unas manos sin el cuerpo del Che? No. Porque los hechos que rodearon la decisión de hacer desaparecer el cadáver del Che y amputarle las manos entonces fueron ocultados con la obsesión de un secreto militar extremo por los protagonistas de su asesinato en la escuelita de La Higuera, un lugar perdido en la selva boliviana cerca de la Quebrada del Yuro, el 9 de octubre de 1967. El Che había sido capturado por una patrulla militar de rangers a cargo del general boliviano Joaquín Zenteno Anaya y el coronel Andrés Selich, con la activa colaboración de los agentes cubananos Félix Rodríguez y Julio Gabriel García, ambos de la CIA. Antes de morir, el Che había insultado a su interrogador de la CIA, Rodríguez. Y le había ordenado a su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán: —¡Póngase sereno, y apunte bien! ¡Usted va a matar a un hombre! La muerte había sido ordenada por Barrientos, quien había consultado con su par estadounidense, el entonces presidente Lyndon B. Johnson, si dejar vivo a ese enemigo tan temido, a ese médico argentino, revolucionario por convicción, cubano por decisión, que había nacido en Rosario el 14 de junio de 1924. Que sufría de un asma terminal pero de una decisión igualmente terminal de combatir "al imperialismo donde quiera que esté"; que se había enrollado en la batalla del Movimiento 26 de Julio liderada por su amigo, Fidel Castro, para terminar con la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba y levantar las banderas de la Cuba socialista. Que había sido ministro de la revolución, que había combatido en el Congo, que se había transformado en el principal enemigo comunista de la Guerra Fría encarada por los EE.UU. y la URSS. Que nunca había abandonado el deseo de volver a pelear por el socialismo en la Argentina y que, en ese camino, con su asma a cuestas, decidirá internarse en la selva boliviana para trazar focos de retaguardia al ingreso de él con una vanguardia guerrillera en el norte argentino. De esa convicción y de los movimientos del Che en Bolivia estaba enterado el gobierno de Onganía. Lo sabía su canciller, Nicanor Costa Méndez, lo sabía el embajador argentino en Washington, Alvaro Alsogaray. Lo sabía el jefe de la SIDE, el entonces coronel Marcelo Levingston; el jefe del Batallón 601, coronel Hugo Miatello y el entonces jefe de la Central Nacional de Inteligencia, mayor Alberto Alfredo Valín, quien tenía contactos con el jefe de la estación de la CIA en el Sur, John Tilton. Fue Tilton quien le había solicitado a Valín, el 15 de noviembre de 1966, el mismo día que se supo que el Che había entrado a Bolivia, que le enviara las huellas dactilares de Guevara. ¿Los peritos policiales argentinos vieron acaso el prontuario de Seguridad Federal (guardado en la caja fuerte 336) y regenteado por Valín —según informará años después Clarín en su edición del 24 de octubre de 2004— donde se dejaba constancia de las huellas tomadas por el Ejército a Ernesto Guevara en su empadronamiento militar en Córdoba en 1944 bajo el número 6.460.503, servicio del que luego fue exento por el asma? No. Valín no era ni sería cualquier militar. Espiaba entonces los movimientos de los argentinos, integrados a los comandos de apoyo al Che en Tarija, Bolivia, y en Salta. Su historia está ligada a la lucha anticomunista más fiera. Sería el jefe del temible Batallón 601 entre 1974-1977, en la dictadura de Videla, y el encargado de descabezar a las cúpulas de la guerrilla guevarista argentina del ERP y la peronista Montoneros. Y fue él quien, en 1967, le informó a Miatello, su jefe, y luego a Onganía, la comunicación de la CIA: el Che había sido muerto en Bolivia y había que identificarlo. Nada de esto sabían ni siquiera sospechaban los policías dactiloscópicos argentinos Pellicari y Delgado cuando aterrizaron, en la tarde del 12 de octubre de 1967, llevados por un avión de la Fuerza Aérea boliviana, en La Higuera. No sabían —según contará años más tarde el general Arnaldo Saucedo, jefe de la inteligencia militar boliviana—, que Barrientos y la CIA (según consta en documentos desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU. a cargo entonces de Walt Rostow) habían decidido hacer desaparecer el cuerpo del Che. Que, según contará el cubano de la CIA Félix Rodríguez (que los peritos policiales argentinos conocerán), Barrientos habría propuesto cortarle la cabeza al Che y enviarla a Cuba para que Fidel Castro aceptara la muerte de su colaborador y amigo más entrañable. Sabía que alguna prueba debía enviar, que con las huellas digitales no sería suficiente para que Fidel anunciara al mundo la muerte del Che. La CIA estuvo de acuerdo en que fueran las manos amputadas y los diarios secuestrados la prueba final. La prueba se hacía indispensable para certificar la muerte del Che. En esos días, además, el hermano del Che, Roberto Guevara, que había intentado reconocer el cadáver de su hermano, no había podido hacerlo y, por lo tanto, la familia no iba a certificar que el muerto en La Higuera era el Che. El testimonio del entonces jefe de la inteligencia militar boliviana, el general Arnaldo Saucedo, fue distinto: en la mañana del 9 de octubre de 1967, el mayor de carabineros Roberto Quintanilla, cuyo jefe era el ministro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, le tomó la misma mañana del asesinato del Che en Vallegrande las huellas digitales y realizó dos mascarillas donde quedó estampado el rostro del guerrillero (ver La vida y la muerte en...). Que luego, esa tarde, los médicos Moisés Abrahan Baptista y José Martínez del Hospital Señor de Malta de Vallegrande certificaron la muerte de Guevara por nueve balazos e hicieron un protocolo de autopsia pero nunca se extendió una partida de defunción. Que en la mañana del 11 de octubre, porque el cadáver apestaba, Barrientos ordenó a Arguedas y a Quintanilla cortarle las manos, misión que cumplió el médico Baptista con la precisión de un cirujano. Quintanilla, entonces, guardó las mascarillas, y a las manos del Che las colocó en una lata con formaldeído (formol). El cuerpo fue enterrado por el ranger Andrés Selich junto con otros 3 cuerpos cerca de la pista de Vallegrande y el silencio sobre el destino de esos cadáveres lo cubriría todo por décadas. Pero la orden general sería decir al mundo que el cadáver había sido incinerado.Tras las huellas finalesAsí que, cuando Pellicari, Delgado y Rolzhauzer llegaron a La Higuera, el 12 de octubre de 1967, el cadáver del Che había desaparecido. Ellos contaron a Clarín que entonces los recibió el jefe del estado mayor del ejército boliviano, general Juan José Torres, y les dio la versión oficial: —El Che fue incinerado. Torres sería presidente de Bolivia en 1971, con una impronta izquierdista que haría que el periodista Rodolfo Walsh lo llamara "el general proletario". Fue asesinado por un grupo de tareas en 1976, en Buenos Aires, como un favor de Videla al dictador de Bolivia, general Hugo Banzer. Pellicari y Delgado recuerdan que esa noche vuelven a Santa Cruz de la Sierra y que en la mañana del 13 de octubre vuelan a La Paz. Que inmediatamente "nos presentamos en la Embajada argentina. Allí nos recibió el secretario Jorge Cremona. Estaba el cónsul Stoppello con nosotros, y se nos pone en manos del capitán de navío, agregado naval en la delegación, Carlos Mayer, encargado de los enlaces militares". Recién en la mañana del 14 de octubre, Mayer lleva a los peritos al cuartel general de Miraflores en La Paz, por orden del comandante Ovando Candia y del ministro Arguedas. Entran— recuerda Delgado— a una "gran sala que era la del comando de operaciones. Allí llegó Quintanilla, con un paquete envuelto en diarios. Era una lata de pintura que cuando la abrimos el olor del formol nos volteó. Eran las manos del Che, amputadas quirúrgicamente. Y nos dimos cuenta de visu, porque habíamos visto sus marcas, que eran las manos del Che. Luego, estuvimos trabajando durante ocho horas. Porque debíamos probar lo que sabíamos."Mientras los peritos dactiloscópicos trabajaban en esa sala, Rolzhauzer analizaba en otra la letra del Che en su diario boliviano. "Tuvimos— recuerda Pellicari— que emparejar las papilas, los pulpejos o yemas de los dedos parecían pasas de uva, y tuvimos que extraer el formol. Además, tropezamos con la dificultad de que el Che, que había vivido y trepado en la montaña y en la selva, tenía las crestas papilares casi destruidas, es decir, la yema de los dedos no tenía ni depresiones ni surcos. Entonces decidimos usar un método indirecto: el Dorrego, que era un ayudante de la policía científica y había inventado en un caso llamado "Fontecovas"— el de una mujer muerta, de la que se descubrió sólo una pierna, porque los estudiantes de Medicina la habían tirado luego de analizar su cuerpo en la Morgue— y consistía en pegar a los dedos una película de polietileno entintada y luego pegarla en las fichas, y luego fotografiarlas. Así lo hicimos, con este método indirecto pero indubitable." (Ver La vida y la muerte...) Mientras trabajaban, un oficial de inteligencia de la armada argentina, adjunto de Mayor, cuyo nombre no recuerdan, tomó casi a escondidas de los militares bolivianos las fotos que aquí se reproducen. "Los bolivianos no querían que tomáramos fotos. Pero nosotros sabíamos que se debía probar no sólo que eran las huellas, sino que nosotros estábamos identificándolas". A las 16 horas del sábado 14 de octubre de 1967 los peritos argentinos certifican indudablemente que las huellas de esas manos sin cuerpo y la letra del diario de Bolivia pertenecen a Ernesto Guevara, alias Che. Se deja constancia de todo lo actuado por ellos en un acta que ratificaron Mayer, Stoppello, Pellicari, Delgado y Cremona, por la parte argentina y Quintanilla y el teniente de navío Oscar Pamo Rodríguez, ayudante de Ovando Candia, por la parte boliviana. Hicieron tres copias: una para el gobierno boliviano, otra quedó en la embajada argentina en Bolivia y otra trajeron a Buenos Aires. (Ver Una prueba...)Luego de firmar el acta, Quintanilla sorprendió a los policías argentinos.— ¿Ustedes se llevarán las manos?— les dijo casi dando por hecho que sí las reclamarían.— No, nuestra misión termina aquí— contestó Pellicari.En la noche del 14, los peritos policiales debieron pernoctar en Tucumán por la tormenta que azotaba Buenos Aires y que derivó en una de las principales inundaciones del siglo. El 15 a las 18 horas, finalmente, se reportaron en al Departamento Central de Policía a su jefe. Pero no volvieron a su casa. El jefe de Policía Fonseca les dio la orden de ir a Casa de Gobierno a ver al Presidente. "Le informamos todo, le mostramos las fotos, el acta, el trabajo realizado, las huellas, todo...Y nos felicitó.", dijo Pellicari.Onganía los hizo salir por una puerta trasera de la Casa Rosada para esquivar a los periodistas. Lo último que le escucharon decir fue:— Guarden silencio. Que se ocupe el gobierno boliviano de informar. Yo no lo haré.Hasta la tarde del miércoles 26 de octubre de 2005, en que llegaron a la redacción de Clarín con la orden de contar la historia, le hicieron caso. Aunque muchas veces sintieron la necesidad de contarla, de decir al mundo que ese hombre muerto en La Higuera "era un valiente, que luchó por sus ideas". De decir: "esta fue la tarea profesional más importante de nuestra vida". Aun lo fue para Pellicari, a quien le tocó identificar el cadáver de Pedro E. Aramburu, el general y ex presidente de la revolución que derrocó a Perón en 1955, asesinado en Timote por los Montoneros en 1970. Pellicari se integró en 1987, como comisario general, a la plana mayor del "mejor jefe de Policía que tuvo la institución, Juan Pirker". Y con Delgado, fueron profesores de Papiloscopía durante años.La mayoría de los protagonistas del asesinato del Che están muertos. Sus manos amputadas tuvieron un destino misterioso. Las habría llevado el ministro del Interior boliviano Arguedas— ex comunista, ex nacionalista, sospechado de agente de la CIA o de agente de Fidel— a Cuba, como llevó el diario del Che. Las habría llevado el agente cubano de la CIA, Rodríguez, a EE.UU.. Se habrían enterrado con sus restos — encontrados en Vallegrande por un equipo de científicos argentino-cubanos en 1997— en Santa Clara, Cuba, donde fueron y son honrados. Alguien deberá contar hasta el final, y con precisión oficial, está historia, sea Estados Unidos o sea Cuba.En tanto, tal vez alguien recuerde el poema del gran Pablo Neruda: "le cortaron las manos y aún golpea con ellas."
“Díganle a Fidel que él verá una revolución triunfante en América Latina… y díganle a mi mujer que se case de nuevo y que intente ser feliz”.
Esta frase fue el último mensaje de Ernesto Che Guevara el 9 de octubre de 1967 cuando fue interrogado por el miembro de la C.I.A de EE.UU. Félix Rodríguez, si quería decir algo antes de ser ultimado por una ráfaga de ametralladora. Después, conteniendo apenas su cuerpo sufriente, sin poder pararse bien por sus heridas en la pierna y con el asma que le asfixiaba, el Comandante Che Guevara dio la última orden, esta vez a su verdugo : “Apunte y sostenga firme el arma: va a matar a un hombre”. Las balas de la ráfaga de la ametralladora lo atravesaron y se derrumbó de costado mal herido, para ser rematado finalmente por otros disparos. Fue el final. Solo él conocería y llevaría hasta la tumba la verdadera razón que lo motivó permanentemente, más allá de la lucha, los éxitos y los fracasos. Más allá de ideologías y posiciones. Incluso, más allá del amor que dio y recibió. Más cerca del hombre íntimo y cabal: del hombre con el que todos nos encontraremos alguna vez, tarde o temprano. Muy cerca de la verdad de saber quién se es realmente. Sabía, tenía la seguridad absoluta de que iba camino hacia su muerte: “Esta es la última vez que veo la caída del sol“, le dijo al compañero que le ayudaba a caminar la tarde anterior. Era la misma certeza del sacrificio final y de un destino marcado, que lo impulsó desde su Argentina hasta Sierra Muestra – luego en La Habana, Naciones Unidas, en la selva del África – y que encontró su punto final en un pueblo de Bolivia. Fue en La Higuera, tenía 39 años; se llamó Ernesto Guevara. Figura entre los inmortales como “CHE”.
HOMENAJES AL CHÉ
Estás en todas partes. En el indio hecho de sueños y cobre. Y en el negro revuelto de espumosa muchedumbre, y en el ser petrolero y salitrero, y en el terrible desamparo de la banana, y en la gran pampa de las pieles y en el azúcar y en la sal y en los cafetos, tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron, vivo, como no te querían, Che Comandante, amigo. Cuba te sabe de memoria. Rostro de barbas que clarean. Y marfil y aceituna en la piel de santo joven. Firme la voz que ordena sin mandar, que manda compañera, ordena amiga, tierna y dura de jefe camarada. Te vemos cada día y puro como un niño o como un hombre puro, Che comandante, amigo. Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña. El de la selva, como antes fue el de la sierra. Semidesnudo el poderoso pecho de fusil y palabra, de ardiente vendaval y lenta rosa. No hay descanso. ¡Salud, Guevara! O mejor todavía, desde el hondón americano: esperamos. Partiremos contigo. Queremos morir para vivir como tu has muerto, para vivir como tu vives, Che comandante, amigo. Te han cubierto de afiches, de pancartas, de voces en los muros, de agravios retroactivos, de honores a destiempo. Te han transformado en pieza de consumo, en memoria trivial, en ayer sin retorno, en rabia embalsamada. Y quizás han resuelto que la única forma de desprenderse de ti o de dejarte al garete es vaciarte de lumbre, convertirte en héroe de mármol o de yeso o por lo tanto, inmóvil o mejor como un mito o silueta o fantasma del pasado pisado; sin embargo tus ojos interminables.
Pudiste haber muerto en un terremoto cuando bebías unos tragos con los amigos de tu barrio, cuando fuiste declarado no acto para el servicio militar obligatorio, cuando tuviste tu primer desengaño amoroso y te fuiste a recorrer el mundo como un ferrocarrilero perdido. O sea noche. Cuando los muchachos del colegio se burlaban de ti porque no sabías bailar caminito que el tiempo ha borrado, y la soledad creció como un águila misteriosa en tus labios. Si. Pudiste haber muerto en el cine o en la tranquilidad de la lluvia como cualquiera de nosotros: pensando en las musarañas, en Carlitos Gardel o en el Borges. Pero jamás falleciste, ni siquiera cerraste los ojos cuando te cortaron las manos y te dispararon un tiro en la nuca y otro en el pecho. Ni cuando amanecías buscando el sol en los bosques. Porque no morirás jamás “Sabueso contemporáneo” de la historia. Pues solamente falleciste como tu querías: recordando la historia de los hombres y avanzando a gritos en el río y escupiéndole en el corazón a tu verdugo y haciéndole comprender a una humilde profesora, las miserias de su patria y las sombras agujereadas de su vida. Aquí se queda la clara, la entrañable preferencia de tu querida presencia, Comandante Che Guevara. Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos y con Fidel te decimos hasta siempre Comandante. Así estamos, consternados, rabiosos, aunque esta muerte sea uno de los absurdos predicables. Da vergüenza mirar los cuadros, los sillones, las alfombras; sacar una botella del refrigerador, teclear las tres letras mundiales de tu nombre en la rígida máquina que nunca, nunca estuvo con la cinta tan pálida.
Da vergüenza el confort y el asma da vergüenza, cuando tu Comandante estás cayendo ametrallado, fabuloso, nítido… Es nuestra conciencia acribillada. Al pie te decimos: préstanos tu morral y tu escopeta, tus focos, tus Vietnams y tus caminos, tu esperanza, ternura y arrechera. Préstanos tu montaña, tus morteros, tu magia, soledad, naufragio y suerte, tus planos, tus trincheras, tus secretos. Préstanos tu escondite y taburete y tu diario y tus manos y portentos para empuñar fusiles nuevamente. Ejemplo indestructible y que, aún destruido en la persona, en nada habrá de menguar la lucha que se lleva adelante para la liberación de la América nuestra –la auténtica, la que verdaderamente podemos llamar “nuestra” en tiempo presente. El mito, la leyenda, la conseja, la tradición transmitida de boca en boca, lleva, a lo ancho de las tierras, en el lomo de las cordilleras, a lo largo de los ríos, el nombre del Che. Nombre de un hombre por siempre inscrito en el gran martirologio de América, que se hizo uno con la idea misma de la revolución y caído, habrá de levantar nuevas energías revolucionarias en el camino donde, según últimas palabras de su diario, el paso de sus hombres “había dejado huellas”. Huellas que no se borran. Que jamás habrán de borrarse. Que quedan marcadas en el sueño del continente entero. La figura del Comandante Che Guevara es hoy, más que nunca, para nosotros como un relámpago de oro en la conciencia. El Che Guevara hablaba constante de la necesidad de crear un hombre nuevo, que él llamaba “ el hombre del siglo XXI”, y advertía que esa era una tarea enormemente dificultosa; nosotros, aquí y ahora, tenemos el deber, al recordar hoy la figura del guerrillero asesinado, de meditar a fondo sobre ese principio revolucionario ¿dónde estás, caballero, el más puro, caballero, el mejor caballero? Encendiendo el hachón guerrillero en lo oscuro, señora, en lo oscuro. Che recuerda lo que ya sabemos desde Espartaco y que a veces olvidamos: la humanidad encuentra en la lucha contra la injusticia un escalón que se eleva, que la hace mejor, que la convierte en más humana.
“Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar las técnias que permiten dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Ernesto Che Guevara.
Ernesto Guevara de la Serna nace en la ciudad argentina de Rosario el 14 de junio de 1928, en el seno de una familia con raíces aristócratas pero con ideas socialistas. Desde chico sufre de ataques de asma. Su educación primaria la hizo en su hogar, de las manos de su madre. En 1947, Ernesto ingresa a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, motivado en primer lugar por su propia enfermedad y luego interesándose por la lepra. Durante 1952 realiza una larga jornada por América Latina, junto con Alberto Granados, recorriendo el sur de Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Observan, se interesan por todo, analizan la realidad con ojo crítico y pensamiento profundo. Ernesto regresa a Buenos Aires, termina la carrera y el 12 de junio de 1953 recibe el título de médico. En junio de 1953 inicia su segundo viaje por América Latina. En esta oportunidad visita Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador y Guatemala. Cuando Ernesto recorre los países del litoral pacífico de América del Sur. Al visitar las minas de cobre, los poblados indígenas y las leproserías, es don da muestras de su profundo humanismo. Se va creciendo y agigantando su modo revolucionario de pensar y su firme antiimperialismo. En Guatemala conoce a Hilda Gadea, con quien contrae matrimonio y de cuya unión nace su primera hija. Convencido que la revolución era la única solución posible para acabar con las injusticias sociales en Latinoamérica, en 1954 marcha a México donde se une al movimiento
integrado por revolucionarios cubanos seguidores de Fidel Castro. Ahí ganó el sobrenombre “Che”, naturalmente debido a su modo argentino de hablar. A finales de la década de 1950, cuando Fidel y los guerrilleros invaden Cuba, el Che los acompaña, primero como doctor pero luego convirtiéndose en el Comandante del Ejército Revolucionario que derrocó al dictador cubano Fulgencio Batista el 31 de diciembre de 1958.
Al triunfo de la Revolución, Che Guevara se convirtió en la mano derecha de Fidel Castro en el nuevo gobierno de Cuba. Fue nombrado Ministro de Industria y posteriormente Presidente del Banco Nacional, Desempeñaba simultáneamente otras tareas múltiples, de carácter militar, político y diplomático. En 1959 se casa, en segundas nupcias, con su compañera de lucha Aleida March de la Torre, con quien tendrá cuatro hijos. Visitan varios países comunistas de Europa Oriental y Asia.
Opuesto enérgicamente a la influencia estadounidense en el tercer mundo, la presencia de Guevara fue decisiva en la configuración del régimen de castro y en el acercamiento del régimen cubano al bloque comunista, abandonando los tradicionales lazos que habían unido a Cuba con Estados Unidos. El Che estuvo además en varios países africanos, notablemente en el Congo, Ahí luchó junto a los revolucionarios antibelgas, llevando una fuerza de 120 cubanos. Luego de muchas batallas, terminaron derrotados y en el otoño de 1965 él le pidió a Fidel retirar la ayuda cubana. En 1966 junto a Fidel prepara una nueva misión en Bolivia, como líder de los campesinos y mineros bolivianos contrarios al gobierno militar. El intento resultó en su captura y posterior ejecución el 9 de octubre de 1967. Los restos del Che descansan en el mausoleo de la Plaza Ernesto Che Guevara en Santa Clara, Cuba.
“He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señoritas de la Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, que en el momento en que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie”.
Che Guevara.
Material entregado por Milagros Marcano, coordinadora parroquial Misión Ribas Caricuao
El 9 de octubre de 1967, el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara fue asesinado por un soldado del ejército boliviano que, para probar su muerte, no tuvo empacho en mostrar el cuerpo a la prensa internacional. Esta foto, una de las pocas a colores, fue tomada por Marc Hutten de la Agencia France Presse (Tomado de Bolivia Hoy)
Las manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en Bolivia. UN MITO MUNDIAL El camino que recorrió esta investigación. El 24 de octubre de 2004, bajo el título "Los secretos que la Argentina guarda sobre el Che" Clarín reveló el prontuario policial de Ernesto Guevara Lynch de la Serna, alias Che, que estaba celosamente guardado en la caja fuerte 336 de la Policía Federal Argentina bajo el número de identidad 3.524.272. Esa investigación se había realizado a lo largo de varios meses tanto en los archivos de la Cancillería, de la Policía Federal, del Ministerio de Defensa y en los archivos de las Fuerzas Armadas. También se había rastreado documentación y testimonios en Bolivia, así como en los archivos de documentos desclasificados del Departamento de Estado y de la CIA en los EE.UU.En esa investigación se mostró, por primera vez, el registro de las huellas digitales del Che, antes de su asesinato en La Higuera y cómo el gobierno militar argentino, comandado por el general Juan Carlos Onganía, había registrado el ingreso clandestino del Che a Bolivia en noviembre de 1966, además de la colaboración que prestaba a la CIA y al gobierno militar boliviano liderado por el general René Barrientos para atrapar al guerrillero, que por entonces no era un ícono mundial sino un enemigo del Estado. También se admitía que los peritos policiales Pellicari, Rolzhauzer y Delgado guardaban un hermético silencio sobre la historia que les había tocado vivir y que los documentos, actas y fotos oficiales eran esos secretos de Estado que hacen que la Historia sea, a veces, un acontecer ciego, azaroso e incomprensible. Hace más de seis meses, como había ocurrido un año antes, y en verdad continuando con una investigación que no se daba por terminada, se solicitó al ministro del Interior, Aníbal Fernández, que esos oficiales fueran relevados de la orden de callar. El jefe de Policía, Néstor Valleca, los convocó: les pidió que casi cuarenta años después de ocurridos los hechos, los argentinos pudieran conocer con precisión oficial lo sucedido en ese viaje a Bolivia donde debieron identificar las manos amputadas del Che. Les pidió que "trabajaran para la Historia" y que, en ese camino, quedaban autorizados a contar la verdad. Así, Pellicari y Delgado llegaron a la redacción de Clarín para entrevistarse con quien esto escribe. Los peritos, ya retirados —Pellicari como comisario general y Delgado como comisario inspector—, trajeron en sus manos un valioso tesoro oficial: las fotos y las actas que aquí se muestran y la historia que aquí se cuenta. Documentos y testimonios que son a partir de ahora tan irrefutables como el mito del Che. DOCUMENTOS INEDITOS TRAS 38 AÑOS DE MISTERIOLas manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en BoliviaTres policías argentinos viajaron a ese país para comprobar que el guerrillero asesinado el 9 de octubre de 1967 era Guevara. Por primera vez, cuentan la historia de cómo tomaron las huellas de las manos del Che, amputadas por orden de la CIA. El misterio que aún envuelve a esas manos.María Seoane. mseoane@clarin.comA las tres y media de la mañana del 12 de octubre de 1967, el teléfono sonó en la casa del subinspector y perito dactiloscópico de la Policía Federal Argentina (PFA), Nicolás Pellicari. —Pellicari, tiene que estar en el comando de jefatura, inmediatamente —escuchó de su jefe, el inspector Federico Vattuone.Pellicari saltó de su cama como un soldado que es convocado a una batalla desconocida: no sin angustia, no sin curiosidad.A las cuatro de la mañana estaba reportándose en el Departamento Central de Policía. Junto a él estaba el subinspector Juan Carlos Delgado, ambos integrantes de la Policía Científica que dependía de la Dirección de Investigaciones. Allí, se les sumó el perito escopométrico inspector Esteban Rolzhauzer. Allí se enteraron de que el jefe de la PFA, general Mario Fonseca, les ordenaba trasladarse a Bolivia para certificar que el guerrillero asesinado por los Rangers —un cuerpo de elite— y la CIA en La Higuera era Ernesto Guevara Lynch de la Serna, alias Che. Las instrucciones eran precisas: debían viajar a Santa Cruz de la Sierra donde los estaría esperando el cónsul argentino en La Paz, Miguel Angel Stoppello. Pellicari tenía entonces 32 años, Delgado, 33 y Rolzhauzer, 37. Debían identificar al Che no sólo por sus huellas dactilares; también por la letra que describía —"con el trazo confuso de un médico" (diría más tarde Rolzhauzer)— su lucha, su utopía y su derrota en la selva boliviana. Los policías tomaron cuatro horas para preparar todos los elementos técnicos para su trabajo, y buscaron la única ficha dactiloscópica que existía de Guevara en la Argentina, en su legajo de identificación personal 3.524.272: eran impresiones tomadas el 29 de octubre de 1947, veinte años antes, con una coincidencia de fechas por lo menos misteriosa en momentos en que también eran argentinos quienes debían certificar su muerte. A las 8 de la mañana del 12 de octubre, en la base aérea de El Palomar Pellicari, Delgado y Rolzhauzer subieron a un avión Guaraní que los llevó a Santa Cruz de la Sierra.¿Sabían acaso que la noche del 9 de octubre, el dictador boliviano general René Barrientos le había pedido al dictador argentino, general Juan Carlos Onganía, que los enviara para identificar al Che? ¿Sabían acaso que deberían identificar unas manos sin el cuerpo del Che? No. Porque los hechos que rodearon la decisión de hacer desaparecer el cadáver del Che y amputarle las manos entonces fueron ocultados con la obsesión de un secreto militar extremo por los protagonistas de su asesinato en la escuelita de La Higuera, un lugar perdido en la selva boliviana cerca de la Quebrada del Yuro, el 9 de octubre de 1967. El Che había sido capturado por una patrulla militar de rangers a cargo del general boliviano Joaquín Zenteno Anaya y el coronel Andrés Selich, con la activa colaboración de los agentes cubananos Félix Rodríguez y Julio Gabriel García, ambos de la CIA. Antes de morir, el Che había insultado a su interrogador de la CIA, Rodríguez. Y le había ordenado a su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán: —¡Póngase sereno, y apunte bien! ¡Usted va a matar a un hombre! La muerte había sido ordenada por Barrientos, quien había consultado con su par estadounidense, el entonces presidente Lyndon B. Johnson, si dejar vivo a ese enemigo tan temido, a ese médico argentino, revolucionario por convicción, cubano por decisión, que había nacido en Rosario el 14 de junio de 1924. Que sufría de un asma terminal pero de una decisión igualmente terminal de combatir "al imperialismo donde quiera que esté"; que se había enrollado en la batalla del Movimiento 26 de Julio liderada por su amigo, Fidel Castro, para terminar con la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba y levantar las banderas de la Cuba socialista. Que había sido ministro de la revolución, que había combatido en el Congo, que se había transformado en el principal enemigo comunista de la Guerra Fría encarada por los EE.UU. y la URSS. Que nunca había abandonado el deseo de volver a pelear por el socialismo en la Argentina y que, en ese camino, con su asma a cuestas, decidirá internarse en la selva boliviana para trazar focos de retaguardia al ingreso de él con una vanguardia guerrillera en el norte argentino. De esa convicción y de los movimientos del Che en Bolivia estaba enterado el gobierno de Onganía. Lo sabía su canciller, Nicanor Costa Méndez, lo sabía el embajador argentino en Washington, Alvaro Alsogaray. Lo sabía el jefe de la SIDE, el entonces coronel Marcelo Levingston; el jefe del Batallón 601, coronel Hugo Miatello y el entonces jefe de la Central Nacional de Inteligencia, mayor Alberto Alfredo Valín, quien tenía contactos con el jefe de la estación de la CIA en el Sur, John Tilton. Fue Tilton quien le había solicitado a Valín, el 15 de noviembre de 1966, el mismo día que se supo que el Che había entrado a Bolivia, que le enviara las huellas dactilares de Guevara. ¿Los peritos policiales argentinos vieron acaso el prontuario de Seguridad Federal (guardado en la caja fuerte 336) y regenteado por Valín —según informará años después Clarín en su edición del 24 de octubre de 2004— donde se dejaba constancia de las huellas tomadas por el Ejército a Ernesto Guevara en su empadronamiento militar en Córdoba en 1944 bajo el número 6.460.503, servicio del que luego fue exento por el asma? No. Valín no era ni sería cualquier militar. Espiaba entonces los movimientos de los argentinos, integrados a los comandos de apoyo al Che en Tarija, Bolivia, y en Salta. Su historia está ligada a la lucha anticomunista más fiera. Sería el jefe del temible Batallón 601 entre 1974-1977, en la dictadura de Videla, y el encargado de descabezar a las cúpulas de la guerrilla guevarista argentina del ERP y la peronista Montoneros. Y fue él quien, en 1967, le informó a Miatello, su jefe, y luego a Onganía, la comunicación de la CIA: el Che había sido muerto en Bolivia y había que identificarlo. Nada de esto sabían ni siquiera sospechaban los policías dactiloscópicos argentinos Pellicari y Delgado cuando aterrizaron, en la tarde del 12 de octubre de 1967, llevados por un avión de la Fuerza Aérea boliviana, en La Higuera. No sabían —según contará años más tarde el general Arnaldo Saucedo, jefe de la inteligencia militar boliviana—, que Barrientos y la CIA (según consta en documentos desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU. a cargo entonces de Walt Rostow) habían decidido hacer desaparecer el cuerpo del Che. Que, según contará el cubano de la CIA Félix Rodríguez (que los peritos policiales argentinos conocerán), Barrientos habría propuesto cortarle la cabeza al Che y enviarla a Cuba para que Fidel Castro aceptara la muerte de su colaborador y amigo más entrañable. Sabía que alguna prueba debía enviar, que con las huellas digitales no sería suficiente para que Fidel anunciara al mundo la muerte del Che. La CIA estuvo de acuerdo en que fueran las manos amputadas y los diarios secuestrados la prueba final. La prueba se hacía indispensable para certificar la muerte del Che. En esos días, además, el hermano del Che, Roberto Guevara, que había intentado reconocer el cadáver de su hermano, no había podido hacerlo y, por lo tanto, la familia no iba a certificar que el muerto en La Higuera era el Che. El testimonio del entonces jefe de la inteligencia militar boliviana, el general Arnaldo Saucedo, fue distinto: en la mañana del 9 de octubre de 1967, el mayor de carabineros Roberto Quintanilla, cuyo jefe era el ministro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, le tomó la misma mañana del asesinato del Che en Vallegrande las huellas digitales y realizó dos mascarillas donde quedó estampado el rostro del guerrillero (ver La vida y la muerte en...). Que luego, esa tarde, los médicos Moisés Abrahan Baptista y José Martínez del Hospital Señor de Malta de Vallegrande certificaron la muerte de Guevara por nueve balazos e hicieron un protocolo de autopsia pero nunca se extendió una partida de defunción. Que en la mañana del 11 de octubre, porque el cadáver apestaba, Barrientos ordenó a Arguedas y a Quintanilla cortarle las manos, misión que cumplió el médico Baptista con la precisión de un cirujano. Quintanilla, entonces, guardó las mascarillas, y a las manos del Che las colocó en una lata con formaldeído (formol). El cuerpo fue enterrado por el ranger Andrés Selich junto con otros 3 cuerpos cerca de la pista de Vallegrande y el silencio sobre el destino de esos cadáveres lo cubriría todo por décadas. Pero la orden general sería decir al mundo que el cadáver había sido incinerado.Tras las huellas finalesAsí que, cuando Pellicari, Delgado y Rolzhauzer llegaron a La Higuera, el 12 de octubre de 1967, el cadáver del Che había desaparecido. Ellos contaron a Clarín que entonces los recibió el jefe del estado mayor del ejército boliviano, general Juan José Torres, y les dio la versión oficial: —El Che fue incinerado. Torres sería presidente de Bolivia en 1971, con una impronta izquierdista que haría que el periodista Rodolfo Walsh lo llamara "el general proletario". Fue asesinado por un grupo de tareas en 1976, en Buenos Aires, como un favor de Videla al dictador de Bolivia, general Hugo Banzer. Pellicari y Delgado recuerdan que esa noche vuelven a Santa Cruz de la Sierra y que en la mañana del 13 de octubre vuelan a La Paz. Que inmediatamente "nos presentamos en la Embajada argentina. Allí nos recibió el secretario Jorge Cremona. Estaba el cónsul Stoppello con nosotros, y se nos pone en manos del capitán de navío, agregado naval en la delegación, Carlos Mayer, encargado de los enlaces militares". Recién en la mañana del 14 de octubre, Mayer lleva a los peritos al cuartel general de Miraflores en La Paz, por orden del comandante Ovando Candia y del ministro Arguedas. Entran— recuerda Delgado— a una "gran sala que era la del comando de operaciones. Allí llegó Quintanilla, con un paquete envuelto en diarios. Era una lata de pintura que cuando la abrimos el olor del formol nos volteó. Eran las manos del Che, amputadas quirúrgicamente. Y nos dimos cuenta de visu, porque habíamos visto sus marcas, que eran las manos del Che. Luego, estuvimos trabajando durante ocho horas. Porque debíamos probar lo que sabíamos."Mientras los peritos dactiloscópicos trabajaban en esa sala, Rolzhauzer analizaba en otra la letra del Che en su diario boliviano. "Tuvimos— recuerda Pellicari— que emparejar las papilas, los pulpejos o yemas de los dedos parecían pasas de uva, y tuvimos que extraer el formol. Además, tropezamos con la dificultad de que el Che, que había vivido y trepado en la montaña y en la selva, tenía las crestas papilares casi destruidas, es decir, la yema de los dedos no tenía ni depresiones ni surcos. Entonces decidimos usar un método indirecto: el Dorrego, que era un ayudante de la policía científica y había inventado en un caso llamado "Fontecovas"— el de una mujer muerta, de la que se descubrió sólo una pierna, porque los estudiantes de Medicina la habían tirado luego de analizar su cuerpo en la Morgue— y consistía en pegar a los dedos una película de polietileno entintada y luego pegarla en las fichas, y luego fotografiarlas. Así lo hicimos, con este método indirecto pero indubitable." (Ver La vida y la muerte...) Mientras trabajaban, un oficial de inteligencia de la armada argentina, adjunto de Mayor, cuyo nombre no recuerdan, tomó casi a escondidas de los militares bolivianos las fotos que aquí se reproducen. "Los bolivianos no querían que tomáramos fotos. Pero nosotros sabíamos que se debía probar no sólo que eran las huellas, sino que nosotros estábamos identificándolas". A las 16 horas del sábado 14 de octubre de 1967 los peritos argentinos certifican indudablemente que las huellas de esas manos sin cuerpo y la letra del diario de Bolivia pertenecen a Ernesto Guevara, alias Che. Se deja constancia de todo lo actuado por ellos en un acta que ratificaron Mayer, Stoppello, Pellicari, Delgado y Cremona, por la parte argentina y Quintanilla y el teniente de navío Oscar Pamo Rodríguez, ayudante de Ovando Candia, por la parte boliviana. Hicieron tres copias: una para el gobierno boliviano, otra quedó en la embajada argentina en Bolivia y otra trajeron a Buenos Aires. (Ver Una prueba...)Luego de firmar el acta, Quintanilla sorprendió a los policías argentinos.— ¿Ustedes se llevarán las manos?— les dijo casi dando por hecho que sí las reclamarían.— No, nuestra misión termina aquí— contestó Pellicari.En la noche del 14, los peritos policiales debieron pernoctar en Tucumán por la tormenta que azotaba Buenos Aires y que derivó en una de las principales inundaciones del siglo. El 15 a las 18 horas, finalmente, se reportaron en al Departamento Central de Policía a su jefe. Pero no volvieron a su casa. El jefe de Policía Fonseca les dio la orden de ir a Casa de Gobierno a ver al Presidente. "Le informamos todo, le mostramos las fotos, el acta, el trabajo realizado, las huellas, todo...Y nos felicitó.", dijo Pellicari.Onganía los hizo salir por una puerta trasera de la Casa Rosada para esquivar a los periodistas. Lo último que le escucharon decir fue:— Guarden silencio. Que se ocupe el gobierno boliviano de informar. Yo no lo haré.Hasta la tarde del miércoles 26 de octubre de 2005, en que llegaron a la redacción de Clarín con la orden de contar la historia, le hicieron caso. Aunque muchas veces sintieron la necesidad de contarla, de decir al mundo que ese hombre muerto en La Higuera "era un valiente, que luchó por sus ideas". De decir: "esta fue la tarea profesional más importante de nuestra vida". Aun lo fue para Pellicari, a quien le tocó identificar el cadáver de Pedro E. Aramburu, el general y ex presidente de la revolución que derrocó a Perón en 1955, asesinado en Timote por los Montoneros en 1970. Pellicari se integró en 1987, como comisario general, a la plana mayor del "mejor jefe de Policía que tuvo la institución, Juan Pirker". Y con Delgado, fueron profesores de Papiloscopía durante años.La mayoría de los protagonistas del asesinato del Che están muertos. Sus manos amputadas tuvieron un destino misterioso. Las habría llevado el ministro del Interior boliviano Arguedas— ex comunista, ex nacionalista, sospechado de agente de la CIA o de agente de Fidel— a Cuba, como llevó el diario del Che. Las habría llevado el agente cubano de la CIA, Rodríguez, a EE.UU.. Se habrían enterrado con sus restos — encontrados en Vallegrande por un equipo de científicos argentino-cubanos en 1997— en Santa Clara, Cuba, donde fueron y son honrados. Alguien deberá contar hasta el final, y con precisión oficial, está historia, sea Estados Unidos o sea Cuba.En tanto, tal vez alguien recuerde el poema del gran Pablo Neruda: "le cortaron las manos y aún golpea con ellas."
Fuente: Clarín, 30/10/05
No hay comentarios:
Publicar un comentario